Una Vida de Mentira

La función que desempeña la Mentira es enceguecer con el resultado de que la víctima sea incapaz de darse cuenta de lo evidente: la condicionalidad o kamma.

La mentira escapa a cualquier condicionalidad, está hecha de ideaciones absurdas y pensamiento mágico. Es como el papel que todo lo soporta. Cuando alguien está infectado de mentiras yerra en sus acciones porque no las dirige hacia un objetivo evidente. Es como el arquero ciego que puede disparar sus flechas hacia cualquier sitio, normalmente sus propios pies, pero también contra otros, y lo que es más grave, sin tener la intención de hacerlo.

La persona enceguecida por la mentira es peligrosa. No importa que sea o no estúpida, su comportamiento siempre será estúpido. Y sabemos que no hay nada más peligroso que un estúpido cerca.

Vivir en un mundo de mentira no salva de las consecuencias reales del kamma. Lo que haces tiene consecuencias, y no existen disculpas o exenciones por enajenamiento.

La culpa es parte de la mentira.

Sucede que en lo más profundo del individuo existe la necesidad de entender por qué le suceden cosas malas cuando él cree que hace cosas buenas. El bien y el mal danzan a su alrededor como si fueran de verdad y el desgraciado trata de colocarlos como puede.

Pero no es capaz.

Así que termina usando alguna clase de sumidero conceptual capaz de tragarlo todo, como lo es Dios o el Azar. O sea, un sumidero de mentira. Y el desgraciado sufre, y continúa sufriendo porque no hace más que acciones que le llevan a sufrir, por estúpido, y se lo achaca, como Job, a Dios y llama al Samsara “valle de lágrimas”.

Tan imbécil se vuelve que incluso llega a amar el sufrimiento para convencerse de que en el masoquismo inescrutable encontrará la paz.

Y lo que no me deja de sorprender. Llevan una vida de mierda y solo quieren alcanzar una vida que no se acabe. No cabe mayor barbaridad conceptual.

La mentira se protege a sí misma encerrándose dentro del ego de su víctima. Ésta se retorcerá antes de entender que la mentira la posee. Por eso, no sirve solo la explicación razonada, porque no la van a querer escuchar y si lo hacen, la rechazará y saldrá huyendo.

Es curioso, pero la mentira se parece al diablo del exorcista.

No hace falta entender mucho para evidenciar que a un poseso no hay forma de tratarle más que de su posesión. No tiene objetivos ni herramientas que no le sean facilitados por su diablo, por lo que nunca hará nada por sí mismo capaz de librarse de la mentira.

Acercarse a un poseso siempre implica violencia, por lo que hacerlo es una muestra de compasión importante. Los enfrentamientos directos se saldan con la huida: el poseso se cubre sus vergüenzas de “dignidad” y “respeto” y desaparece sin ni siquiera entablar batalla.

Lo inteligente es marcarlo como si fuera una mina antipersonal y dejarlo donde está, tomando las debidas precauciones en el caso de volver a encontrarse con él.

Sin embargo, la tendencia compasiva de tratar de salvar incluso a lo insalvable lleva a la extraña frase de Diógenes:

Muerdo a mis amigos para salvarlos

Frase sugerente viniendo que quien trataba se ser un perro, porque los perros salvan mordiendo y arrastrando a la víctima hacia la orilla salvadora.

Tampoco esperes que alguien que sienta tu mordisco, un mordisco fuerte, de asir, para sacarle de la mentira que le ahoga y de la que ni es consciente, se alegre y te ayude. Solo después, cuando ha salido del pantano y despierta es cuando se da cuenta y te lo agradece. No lo haces por el agradecimiento, sino por una compasión irracional que va contra la corriente entrópica infernal del Samsara.

Si has llegado aquí y sientes un fuerte dolor al verte reflejado, que sepas que es mi mordisco y te muerdo para salvarte.

Y no lo hago por ti.

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