Analicemos:
La religión acompaña al hombre desde que es hombre… o incluso antes. Y no es por casualidad. La religión se nutre de elementos que proliferan específicamente en el ‘modo estándar’ del cerebro, es decir, en el modo más básico y en el que la inmensa mayoría de los individuos opera y cuyo fin no es otro que cooperar con los genes en su tarea de replicación.
Además, la religión toma elementos necesarios como el delirio, el trastorno obsesivo-compulsivo, la conceptualización, las leyendas, la magia, la cultura, el miedo, la angustia, el infantilismo, el paternalismo, el fraternalismo, la idolatría, el poder, la justicia, la fe, la esperanza, el altruismo, el amor y la ignorancia. Y, siempre, vendiendo felicidad, eterna a mejor poder ser.
Visto así, la religión veremos que se puede calificar de pandemia. Y es indiferente cual sea, porque todas tienen estos elementos comunes, sin dejar fuera, por supuesto, al espectro de religiones llamadas budistas. Curiosamente es la forma que tienen algunos de lograr condenarse al infierno mientras se sienten felices, pensando que hacen justo lo contrario.
Empecemos por lo más básico.
El hecho religioso parte siempre de no entender que todo está condicionado, por lo que sostiene que existen fenómenos que suceden sin condiciones, porque sí, o por la voluntad mágica de “algo”, o por pensamientos o compulsiones del paciente. Para poder operar así necesitan que las cosas puedan, en último extremo, sostenerse por sí mismas por lo que se las dota de una “esencia” o “alma”, de un “ser”.
Como ese “ser” es un concepto mental y no tendría más valor que el de una idea, se le dota de “funciones mágicas” que trascienden el mundo de las ideas y son capaces de “sostener” lo que los sentidos perciben, llegando incluso a negar la realidad como un mero “accidente” reflejo de la “esencia” o “ser”. De esta forma, el paciente se sumerge en el sueño concebido dentro su tribu de creyentes en el que la realidad no es real, sino solo un sueño a partir de una pesadilla de conceptos que tienen vida propia, como los soldaditos de plomo cuando luchan unos contra otros.
Da igual que el “ser” sea inexperimentable. Para estos durmientes el sueño, su sueño, es lo real, no la realidad palpable y constatable. Los pacientes viven por tanto dentro de una alucinación completa.
El miedo es el banderín de enganche de las religiones. Tener miedo puede ser natural, pero el miedo es un arma fantástica en manos de ellas. El miedo es la causa próxima de la obsesión y sabemos que el cerebro patológico trata de luchar contra ella mediante compulsiones.
Lacompulsión es un rito y no hay religión sin ritos. Hay ritos de muerte, sin los cuales el miedo se haría insoportable. Hay ritos de iniciación, hay ritos de emparejamiento, hay ritos de nacimiento, hay ritos periódicos, hay ritos para todo. El rito actúa como dispersante de miedos y sirve para cohesionar a los pacientes y hacerlos actuar como si de una terapia de grupo se tratara.
Resulta impensable no hacer un ritual a un muerto para… ¿para qué?
Realmente al muerto de nada le sirve, pero sí a los desconsolados parientes y amigos que les sirve para sobrellevar el duelo…
¿El duelo? Sí, el duelo.
Las religiones se basan en el miedo y para fomentarlo necesitan de echar mano del sufrimiento y de hacerlo público. El caso más patético es el de un conocido personaje de novela latina que acaba ejecutado desnudo en público ante la mofa de la gente, torturado de mil maneras como ejemplo de lo que es lo más deseable.
Algunas religiones llevan el miedo al sufrimiento al extremo del sadomasoquismo, mezclando el sentimiento de culpa al eros y al tanatos. Una mezcla explosiva sobre todo dentro de cabezas inmaduras. Se genera dolor para culparse uno mismo. Se genera sufrimiento para alcanzar la felicidad. Se alaba la muerte como antesala de la vida.
Mantener al paciente en esta centrifugadora de ideas absurdas girando entre ellas a enorme velocidad tiene como fin evitar que paciente pueda pensar.
Pensar es lo más peligroso. El paciente debe ser un imbécil y debe demostrarlo. Así se le califica de hereje que proviene del verbo αἱρεῖσθαι- haireísthai “elegir, dividir, preferir”. Al hereje se le quema. Y al apóstata, que deriva de la voz griega “ἀποστασία”, con elementos léxicos como el prefijo “απο” o “apo” que quiere decir “fuera de”, la entrada “στασις” o “stasis” que significa “colocar” o “poner”, más el sufijo griego “sis” que denota acción y el sufijo “ia” que indica “cualidad”, o sea, la cualidad de que se coloca fuera, también se le quema.
Estas dos figuras eran los que en la Asamblea de pacientes se paraban aparte o se salían de ella. Esto se condena con la muerte pública, espantosa y humillante.
Pero la estupidez no queda aquí. Las figuras a temer son aquellas derivadas de la capacidad de pensar. Se deben reprimir hasta el mismo núcleo del subconsciente.
Los demonios eran dioses menores que intercedían entre los humanos y los dioses mayores. Así que, como eso huele a pensar, se “demonizan” y se vuelven “malos”. la palabra Diablo (diábolos) es mucho más antigua que el cristianismo, y la tenemos atestiguada en griego por lo menos en el s. V a.C. y se refería a alguien que desune o que acusa. Al padre del cristianismo, Lactancio le encantó esta palabra para denominar a su espíritu del mal, y considerando que «el Maligno» tiene como misión separar y desunir del “buen” camino a los pacientes cristianos lanzando sus tentaciones.
El término Shatan también entra en la vida jurídica israelita, y alcanza el sentido de ‘acusador delante del tribunal’, y acaba en el cristianismo siendo Satanás, el enemigo. El enemigo del fiscal es el criminal curiosamente.
Y ¿para que sirve un camino? Pues para que no te salgas de él. El paciente es tratado como oveja, burro o animal de herradura y se le lleva por el “buen” camino.
Dentro de la locura grupal al paciente se le dota de un arma mitológica llamada “libre albedrío”, o sea, una voluntad incondicionada y “libre” que solo le sirve para pegarse tiros en el pie. Porque si el desgraciado no acierta con lo que el grupo piensa (o sea, lo que su ente supremo dicta) es severamente castigado. El pobre imbécil solo es libre para equivocarse y poder ser “responsable” por ello.
Toda religión se basa en el infantilismo más atávico. El infante, incapaz de organizar la realidad, introduce elementos mágicos por todas partes porque la magia solo sirve, y lo hace muy bien, para explicar lo que resulta explicable, pero da hueva hacerlo a incapaces o a vagos mentales. Y todo imbécil infantilizado necesita de un padre y de una madre y de unos hermanos. Asi que ahí tenemos la figura de Dios. De un dios único derivado de Akenatón y sus seguidores que fundaron el judaísmo y el islam. El cristianismo solo creyó en un Dios único hasta que los trinitarios (católicos) acabaron con los unitarios (arrianos). Pero, tres es lo mismo que uno, o no. O sí, O depende.
Otras culturas tienen dioses para cada cosa. Hay dioses que cambian de avatar como de corbata. Otras religiones hacen dioses a gente normal, como la antigua religión romana o el budismo.
El concepto de Dios es absurdo en si mismo como vimos en “El Absurdo y Dios” que abre esta obra, y lo que resulta esclarecedor que el concepto más absurdo concebible se coloque como Summum Bonum dentro de este delirio. Si lo que se buscaba es hacer imbéciles y mantenerlos, la construcción de Dios sirve a la perfección.
El concepto de un “Dios Padre” hace cohesionar al grupo de pacientes y tiene una serie de efectos interesantes.
En el modo estándar, el cerebro trabaja a favor de su genética y esta lo que trata es de replicar los propios genes, de tal forma, que cualquier acto de altruismo dentro del grupo familiar aun a pesar de la propia pérdida está bien visto y, además, es recompensado por el cerebro básico con dosis de felicidad. Esto tiene una raíz genética obvia, una madre pone en riesgo su vida para salvar al hijo porque el hijo es genéticamente más útil que una madre que siempre tendrá un potencial reproductivo menor. E igual sucede con miembros genéticamente próximos.
La carambola mágica de la religión haciendo hermanos a los miembros del grupo de pacientes sirve para engañar al cerebro y que éste premie cualquier pérdida a favor de la manada. Así nace la “caridad” o la ‘compasión” que siempre es entre “iguales”, es decir, un ser sintiente es compasivo ante otro ser sintiente, un cristiano ante otro cristiano de su misma secta, y asi. Además, sirve para separar a los que no son miembros de la tribu. Esos son “otros”, que tienen “otro” Dios, “otros” ritos. Todo en ello son “otros” cuando la religión se centra en separar. Entonces ahí, de nuevo, entra en juego la genética y la competencia. Así, en el marco de una “guerra santa” o una “guerra justa” no solo no existe un sentimiento de culpa por dañar a otros, sino que eso es “bueno” y se recompensa con felicidad.
Al final, es lo de siempre, no pensar y actuar idiotizados dentro de una manada.
El infantilismo tiene también aspectos ridículos, como lo es la idolatría. Los niños juegan con muñecos y, de mayores, lo siguen haciendo. Si para un niño un muñequito de plástico representa a Superman y para él tiene los mismos poderes mágicos cuando lo agarra y lo hace volar ante él, ese mismo infante cuando se hace viejo, tiene a un muñeco más grande con mayores atributos incluso. A veces los muñecos son tan grandes que hacen enormes construcciones parta meterlos. Otras veces los sacan a pasear en medio del delirio tribal.
Como el imbécil no quiere pensar, no se da cuenta de que lo que le pasa no es “injusto” sino que “depende” de él. Prefiere pensar que todo es magia y que Dios le premia o castiga en dependencia del resultado que se tiene delante. Eso lleva a una judicialización de la vida, donde las cosas y las personas son justas o injustas. Y se requiere de un poder superior que premie o castigue. Esta característica es la que ha llamado la atención de los sucesivos reyes que han adoptado a las religiones para que les justifique su legitimidad y a cambio beneficiarlas y beneficiarse de ellas. El rey como supremo descendiente de Dios hace lo que quiere, escapando del escrutinio de sus súbditos y dejándolo al extraño poder de Dios. Así el rey se convierte en el representante de Dios en la tierra y de esta forma tiene un poder sobrenatural sobre todos y cada uno de sus súbditos.
Esto es una enorme ventaja que hizo que Constantino encargara crear el cristianismo y hacer que el pueblo romano lo asimilara. Pero no solo él. Desde Asoka a nuestros días el poder temporal ha usado al religioso porque la religión mantiene imbecilizada a la gente y la puede controlar con muy escasos recursos. Es mucho mas eficiente un padrecito en un pueblo que un pelotón de soldados.
Y, desde el mismo principio de la religión, se trafica la fe a cambio de bienes materiales. El secreto del éxito del cristianismo fue que el Emperador Constantino dio las llaves de los graneros del Imperio a los obispos quitándoselas a los tribunos, que se encargaban de repartir el grano entre la población en época de crisis. Asi, que se vendía trigo a cambio de fe. Esto funcionaba muy bien en las ciudades, pero no en el campo, en los pagos que se abastecían a sí mismos. De ahí la palabra “pagano”, o sea, no cristiano.
Este tráfico está presente en todas las religiones y muchas se justifican por esto. La caridad es una vergonzante práctica que también se beneficia del pago en forma de felicidad, igual que la compasión. Así, se entiende como alguien “santo” aquel que “beneficia” a los “pobres” a cambio de “evangelizarlos”. La expansión de las religiones en otros entornos geográficos usa esta argucia con el nombre de “misiones”.
A veces, el abuso es realmente deleznable, como recoger moribundos de una religión y mantenerlos con vida justo hasta que se cambien a la propia, y luego dejarles morir. Es otra actividad muy aplaudida como propia de santas.
Otro aspecto absolutamente distintivo de las religiones es la fe. Como el imbécil no debe pensar debe creer, y la fe se instituye como el gran don de Dios. Si, has leído bien. Le sustituyen al paciente su cerebro por una memoria de solo lectura y debe estar feliz porque ha sido su Dios el que ha realizado tan castrante operación.
La fe se aprende, no hay de otro modo, porque ni es racional ni se basa en ningún tipo de lógica. Y se aprende de memoria. Los niños más pequeños son reprogramados desde la más tierna infancia para que sustituyan la lógica por el pensamiento mágico lo que para ellos es muy fácil. Esta forma de mutilar mentalmente a sus propios hijos se considera un derecho y se defiende incluso con la violencia.
La fe no va a ninguna parte si no se apoya con la esperanza. Que es lo que se le ofrece al imbécil por arrastrar una infeliz existencia pseudohumana cargada de sufrimientos y destinada al infierno. La esperanza se concreta siempre después de la muerte por lo que no hay posibilidad de que el tonto regrese a reclamar.
Paga hoy y cobra después de muerto. Es el mismo esquema de estafa que los seguros de vida, salvo que el beneficiario solo puede ser el muerto.
El religioso, solo por el hecho de serlo, demuestra bien a las claras su déficit en el desarrollo de las capacidades mentales superiores que distinguen a los humanos del resto de animales. El religioso nunca llegó a alcanzar un desarrollo personal suficiente para ser considerado como un humano. Similar a un aborto que no llega a nacer, pero habiendo nacido y habiendo tenido vida vegetativa independiente.
En este repaso hemos visto como la ignorancia como enfermedad terminal no deja desarrollar a una persona como humano. Lo frustra y no le permite que llegue a serlo. La ignorancia que es la raíz de todos los males y la religión es solo una de sus plagas.
En cualquier caso, lo que resulta verdaderamente ridículo, son aquellos pacientes que eligen como religión el budismo (mal entendido, por supuesto) y adoran al Buda, y le cantan, y le rezan, y tienen fe en él, y son compasivos, y dan limosna, y son generosos y al final, lo que hacen es revolcarse como cerdos en los placeres de los sentidos como lo es la compasión. Felices de ayudar a gente que ven, o hacen, más desgraciada que ellos.
Las famosas paramitas no son más que formas de placeres de los sentidos que atan al samsara y envían al imbécil a donde no debería haber salido: al infierno.