¿Y ahora, qué?
Buena pregunta, merece una buena respuesta.
Si nos remontamos al principio del principio de toda esta carrera, al mismo inicio, tan al inicio que ni siquiera había ni idea de que iba a haber carrera, estuvo el deseo de aprender.
Bien es sabido que el deseo genera apego y el apego, sufrimiento, y que el deseo es malo y bla, bla, bla… Sin embargo, el Buddha deja bien claro que hay un deseo en la base de la montaña que te llevará a la Iluminación, si es que lo logras, que se llama deseo de aprender.
Si no te lo crees, aquí tienes el sutta de la despedida, el Mahāparinibbāna sutta. En él le dice al incapaz de Ananda que, si de verdad quiere iluminarse, que haga lo siguiente:
“Aquellos monjes míos, Ananda, que ahora o después de mi partida permanezcan como sus propias islas, sean su propio refugio, sin que tengan a nadie más que sea su refugio, con el Dhamma como su único refugio, ellos alcanzarán lo más alto, si es que tienen deseo de aprender”.
El deseo de aprender es el motor de la búsqueda de la Sabiduría que es lo que libera. No liberan ni las prácticas, ni la ética, ni el estudio. Libera la Sabiduría. Pero la Sabiduría es un tesoro de madera.
De madera de pino.
Parece el final de un cuento oriental, el que busca el tesoro más precioso y encuentra al final una cajita de madera toscamente tallada cuyo interior contiene una frase:
“Todo son condiciones”
La abres, la lees y, después del choque, lo entiendes todo. La aplicas a todo y todo se ilumina, todo tiene forma, todo obedece a razones. No hay espacios oscuros para la magia. Todo se ilumina, todo está claro…
Y, justo en ese momento, a mirar la pinche caja te sale el último de los apegos, el apego a aprender, el apego a saber… y, como todos los apegos, rasca, araña, te erosiona al salir. Es el último demonio que al abandonarte te escupe hiel y bilis.
Y te deja vacío.
O no.
Ya no te queda nada, pero ya lo tienes todo.
El dueño del mundo no puede perder nada.